de Rubén Darío

Entonces –cuando Salomón va a reposar en el último sueño y mientras duermen, en un salón de cristal, fatigados grupos de satanes–, una tarde quédase desconcertado: surge ante su vista, como una estatua de hierro, una figura extraordinaria, genio o príncipe de la sombra. ¿Qué genio, qué príncipe tenebroso para él desconocido? La fuerza de su anillo ante la aparición, quedaba inútil. Pregunta:

«¿Tu nombre?»

«Salomón.»


Mayor sorpresa del Sabio. Fíjase luego en la rara belleza de su rostro, de un talante, de una mirada iguales a los suyos. Diríase
su propia persona labrada con un inaudito azabache.

«Sí» dijo el maravilloso Salomón negro. «Soy tu igual, solo que soy todo lo opuesto a ti. Eres el dueño del anverso del disco de la tierra; pero yo poseo el reverso. Tú amas la verdad; yo reino en la mentira, única que existe. Eres hermoso como el día, y bello como la noche. Mi sombra es blanca. Tú comprendes el sentido de las cosas por el lado iluminado por el sol, yo por lo oculto. Tú lees en la luna visible, yo en la escondida. Tus djinns son monstruosos; los míos resplandecen entre los prototipos de belleza. Tú tienes en tu anillo cuatro piedras que te han dado los ángeles; los demonios colocaron en el mío una gota de agua, una gota de sangre, una gota de vino y una gota de leche. Tú crees haber comprendido el idioma de los animales; yo sé que solamente has comprendido los sonidos, no lo arcano del idioma.»

Mudo Salomón, hasta entonces, exclamó:

«¡Por Dios Grande! Maléfico espíritu que a él y su mejor hechura te atreves, ¿cómo osar asegurar tales cosas? Los hombres pueden contaminarse de error; pero los animales del Señor viven en la pureza. ¿Cómo su pensar inocente pudo haberme engañado?»

Y el Salomón negro:

«Evoca» dijo «al ángel de forma de ballena que te dio la piedra en que está escrito: Que todas las criaturas alaben al Señor.»

Salomón puso el anillo sobre su cabeza y el ángel deforme apareció.

«¿Cuál es tu nombre cierto?» preguntó el Salomón negro.

El ángel respondió:

«Tal vez.»

Y se deshizo. Salomón llamó a todos los animales y dijo el pavo real:

«¿Qué me expresaste tú?»

Y el pavo real:

«Como juzgues serás juzgado.»

Así pregunto a otras bestias. Y contestaron:

El ruiseñor. «La moderación es el mayor de los bienes.»

La tórtola. «Mejor sería para muchos seres que no hubiesen visto el día.»

El halcón
. «El que no tenga piedad de los demás, no encontrará ninguna para sí.»


El ave syrdar
. «Pecadores: convertíos a Dios.»


La golondrina
. «Haced el bien, y seréis recompensados.»


El pelícano
. «Alabado sea Dios en el cielo y en la tierra.»


El pájaro kata
. «Quien calla, está más seguro de acertar.»


El águila
. «Por larga que sea nuestra vida, llega siempre a su fin.»


El cuervo
. «Lejos de los hombres se está mejor.»


El gallo
. «Pensad en Dios, hombres ligeros.»

«¡Pues bien!» exclama el Salomón negro. «Tú, pavo real, mientes. Entre los humanos, es el juicio malo el único que prevalece. Y entre los animales, como entre los hombres, la confianza pone en la boca de los lobos a los corderos. Tú, ruiseñor, mientes. Nada triunfa sino el ejercicio de la fuerza. La moderación se llama mediocridad o cobardía. Los leones, las grandes cataratas, las tempestades, no son moderados. Tú, tórtola, mientes, como no hables en tu sentencia de los débiles.
La debilidad es el único crimen, junto con la pobreza, sobre la faz de la tierra. Tú, halcón, mientes siete veces. La piedad puede ser la imprudencia. ¡Ay de los piadosos! El odio es el salvador y potente. Aplastad a los pequeños; rematad a los heridos; no deis pan a los hambrientos; inutilizad por completo a los cojos. Así se llega a la perfección del mundo. Tú, syrdar, mientes. Eres el pájaro de la hipocresía. Por lo demás, Dios se llama X; se llama Cero. Tú, golondrina, mientes. Eres la querida del halcón. Tú, pelícano, mientes. Eres hermano del syrdar. Y tú, paloma, mientes. Eres la barragana del ambos.
Tú, kata, mientes. Quien ruge o truena, no debe callar: la razón está siempre con él. Águila, cuervo y gallo: he de encerraros en la jaula de la insensatez. Ello es tan cierto como que Salomón en su gloria nada puede contra mí, y que el ojo del gallo no penetra la superficie de la tierra para encontrar los manantiales.»

Desaparecieron las bestias. Los satanes, despiertos, atisbaban a través de los cristales. Salomón, con una vaga angustia, contemplaba su propia imagen oscurecida en aquel que había hablado y a quien no podía dominar con sus ensalmos. Y el Negro iba a partir, cuando volvió a preguntarle:

«¿Cómo has dicho que te llamas?»

«Salomón» contestó sonriendo. «Pero también tengo otro nombre.»


«¿Cuál?»


«Federico Nietzsche.»


Quedó el sabio desolado, y preparóse para ascender, con el ángel de las alas infinitas, a contemplar la verdad del Señor. El pájaro Sirmorg llegó en rápido vuelo:

«Salomón, Salomón: has sido tentado. Consuélate; regocíjate. ¡Tú esperanza está en David!»

Y el alma de Salomón se fundió en Dios.

© Rubén Darío, 1899. Todos los derechos reservados.

 

 

Rubén Darío (1867-1916), escritor nicaragüense, es conocido principalmente como poeta y uno de los máximos exponentes del modernismo hispanoamericano en la literatura. Su estilo profundamente innovador en el lenguaje poético da lugar a una verdadera revolución literaria que tuvo importantes repercusiones en los años siguientes.

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