de Matteo Torani

 

No podemos formular ningún discurso que sea exento de implicaciones determinadas por la cultura, de la misma forma que no podemos describir esta última sin recurrir a la capacidad eminentemente humana que ha determinado su advenimiento: el lenguaje.

Imagina un autobús lleno de pasajeros en Madrid. Cada uno de ellos ha subido por un motivo y para alcanzar un destino específico. Un estudiante que va al instituto, un abogado que lleva prisa, un albañil volviendo de la obra, un padre que lleva a sus hijos al parque, una música que, guitarra al hombro, va a ensayar con su banda y una médica que baja a la parada del hospital para empezar el turno. Cada uno de ellos sabe cuál es su parada y conoce más o menos detalladamente el recorrido que hará el autobús, dependiendo también del número de veces en que lo haya tomado. Menos el padre con los hijos, es probable que entre los pasajeros no existan relaciones directas y significativas; sin embargo, por ejemplo, podemos deducir que el estudiante con los auriculares puestos y la música tienen un interés en común, o que tanto el abogado como la médica han cursado estudios académicos y que para ejercer su profesión deben haberse sacado el título de doctor. Lo que es cierto es que cada uno de ellos mantiene relaciones directas y significativas con otras personas que, muy probablemente, en ese mismo instante y procediendo de distintos orígenes, estarán alcanzando los mismos u otros destinos. Los demás de la banda hacia la sala de ensayo, un profesor de español a la escuela, otro albañil estará regresando a su hogar, alguien que ha sido estafado estará yendo al despacho de su abogado, etcétera. Finalmente, notamos que nuestros pasajeros tiene edades muy diversas, lo cual nos sugiere que han atravesado y atravesarán trayectorias existenciales muy distintas. Pese a esto, por haberse criado y por vivir en el mismo entorno, dichas trayectorias serán cada vez más convergentes si las comparamos con las de los pasajeros que, en ese mismo momento, están subiendo y bajando de un autobús en Roma, Atenas y Nueva Deli.

Una de las metáforas más comunes con la que se suele definir la lengua es la del vehículo: lengua como vehículo de comunicación, de cultura, de integración, etc. Secundando este hábito retórico, entre todos los vehículos, el autobús es sin duda el más apropiado, ya que hoy en día, en Atenas, para indicar estos tipos de transportes se sigue manteniendo la etimología clásica para aludir a la función del transportar que desempeñan: μεταφορά, metáfora. Aquí en Roma nos conformaríamos con los autobuses que pasaran en horario, hicieran quizás menos ruido y sobre todo con que, lejos de metáforas, no se quemaran de vez en cuando. Pero este es otro asunto.

La lengua es un sistema de comunicación cuyos elementos, las palabras, desempeñan funciones distintas según el tipo de relación que entretienen entre ellas. Dichos elementos son portadores de significados que dependen tanto del uso que se hace de ellos, como de las trayectorias y de las desviaciones semánticas que han sufrido a lo largo de la historia. Asimismo, mantiene una relación dialéctica con la cultura, ya que «hay muy pocos aspectos de la vida cultural que sean comprensibles sin la consideración de los modos de hablar culturales […] como instrumento de su constitución». Dicho de otra forma, no podemos formular ningún discurso que sea exento de implicaciones determinadas por la cultura, de la misma forma que no podemos describir esta última sin recurrir a la capacidad eminentemente humana que ha determinado su advenimiento: el lenguaje.

Aclarado esto, consideramos igual de necesario explicar qué es lo que entendemos cuando hablamos de cultura. Sería pretencioso, además que inútil y fuera de contexto, pasar en reseña la mar de definiciones que han sido formuladas por las ciencias sociales. Entre ellas, sin embargo, la aportación que considero más útil y provechosa para enmarcar este discurso es la del célebre antropólogo estadounidense Clifford Geertz, a saber, el pionero de la corriente interpretativa. En La interpretación de las culturas, su libro más célebre y manifiesto del viraje interpretativito en antropología cultural, Geertz define la cultura como «un sistema ordenado de significaciones y símbolos en virtud de los cuales los individuos definen su mundo, expresan sus sentimientos y formulan sus juicios». Más adelante ensancha la definición apuntando que, por medio de este sistema de significaciones y símbolos «los hombres comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento y sus actitudes frente a la vida». Estas reflexiones, bastantes innovadoras en esos años, le abren paso para destacar el carácter eminentemente semiótico de la cultura, cuando dice que «el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido […] La cultura es esa urdimbre [cuyo análisis] ha de ser por tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones».

Una lengua, por lo tanto, se configura como un producto histórico que se resiente, y a la vez refleja, los cambios económicos, políticos y tecnológicos que han atravesado la sociedad que la habla.

En otro capítulo de su obra maestra apunta que, para llegar a un conocimiento profundo de una cultura, el etnógrafo debe mantener constantemente una relación dialógica con sus integrantes, los nativos. Y esto porque «la cultura de un pueblo es un conjunto de textos […] Las sociedades contienen en sí mismas sus propias interpretaciones. Lo único que se necesita es aprender la manera de tener acceso a ellas». Y es en este sentido que, en otro capítulo, afirma: «hacer etnografía es como tratar de leer (en el sentido de “interpretar un texto”) un manuscrito extranjero, borroso, plagado de elipsis, de incoherencias, de sospechosas enmiendas y de comentarios tendenciosos y además escrito, no en las grafías convencionales de representación sonora, sino en ejemplos volátiles de conducta modelada».

«El hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido […]. La cultura es esa urdimbre [cuyo análisis] ha de ser por tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones».

La labor etnográfica del antropólogo está finalizada a la realización de una descripción densa de la cultura estudiada; una descripción, es decir, que no se limita a explicar solo determinados fenómenos o comportamientos, sino que los tiene que enmarcar en su propio con-texto, sacando a la luz, de tal forma, las razones por las que estos resultan significativos para algunos y ajenos para otros. En otras palabras, el principio unificador es que la sociedad y la cultura están constituidas de forma comunicativa, y que es imposible entender de manera completa cualquier esfera de la vida social y cultural sin considerar al habla como un instrumento de su constitución.

Ahora bien, como es metodológicamente imprescindible para el etnógrafo aprender la lengua de la sociedad que pretende conocer, así mismo consideramos que para el estudiante de idiomas es fundamental que dicho aprendizaje sea culturalmente sensible y orientado a un conocimiento “denso” de la lengua en cuestión, esto es, un conocimiento lo más dialéctico y reflexivo posible, en fin, significativo.

El reto de este blog es justamente este: queremos brindarles a nuestros lectores y seguidores unos contenidos culturalmente densos que esperamos puedan servirles de estímulos de reflexión, despertarles el interés hacia los temas muy diversos que trataremos y que les sirvan de ocasión para profundizar su conocimiento de los idiomas y descubrir sus rincones más escondidos. Idiomas, sí, en plural, porque el blog estará disponible en ambos idiomas, español e italiano. Nos dirigimos tanto al lector italiano que quiere leer en español como al hispanohablante que desea leer en italiano sobre asuntos que les sean más familiares. Además, los lectores podrán contrastar las dos versiones desde un punto lingüístico y reflexionar sobre ellos desde el punto de vista de la traducción. Volviendo a los temas, hemos pensado en muchísimas posibles secciones, entre ellas, la de lengua, literatura, cine, teatro, música, personajes, temas de actualidad y viajes. En cuanto bitácora, todavía no sabemos hacia que ruta nos llevarán la marea y el oleaje del porvenir. Lo que sí sabemos es que nos gustaría que cada vez que nuestro velero llegue a un desembarco y eche anclas bajo forma de contenidos pescados en las profundidades del idioma, los lugareños quieran acercarse, participar, comentar nuestras historias con sus apreciaciones, experiencias, críticas y sugerencias. Además y en cuanto espacio abierto, horizontal e inclusivo, soñamos con que otros navegantes apasionados y que a diario surcan los mares del español, quieran subirse al velero y compartir unas cuantas millas de nuestro periplo, aportando sus conocimientos, experiencias, sabidurías o simplemente sus testimonios bajo forma de artículos de opinión, cuentos, historietas, diarios de viaje, ensayos, poemas, reseñas, lo que sea, basta con que pesque en estas resplandecientes aguas hispanas tan hondas y ricas en historias, vidas y tintas.

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