de Tinta Hispana

 

Marta Sanz (Madrid, 1967) es una escritora española. Debutó en 1995 con la novela El frío; más tarde experimentó diferentes géneros literarios y con la novela Farándula obtuvo el Premio Herralde en 2015. Hoy también colabora con El País y otros periódicos. Esta entrevista se ha realizado exclusivamente para Tinta Hispana.

Al principio de tu carrera empezaste trabajando como profesora de español como lengua extranjera. Una labor que, en mi opinión, implica un amor visceral por la lengua, además de una gran capacidad de saber transmitirlo a tus aprendices. Un amor que también queda patente en tu estilo literario y en particular en la pulcritud con la que trabajas el vocabulario. ¿Qué opinas al respecto?

Me parece que sois muy generosos conmigo. En los trabajos que he ido desempeñando a lo largo de mi vida ha habido una necesidad económica que no podemos obviar, pero es cierto que siempre he intentado “arrimar el ascua a mi sardina” e involucrarme en proyectos que, de algún modo, respondiesen a mis intereses y a mis aptitudes: la docencia de la lengua, la escritura literaria, el columnismo, la crítica… Me parece que son distintos modos de acercarse al poliedro de la lengua y la cultura, que se retroalimentan unos a otros y que, conjuntamente, me han ido formando como una mujer que se dedica al oficio de escribir. Solo el espacio de recepción decidirá si me merezco, o no, el nombre de escritora.

Tanto el profesor de idioma como el escritor trabajan el lenguaje de forma “artesanal”, por así decirlo, y comparten en el fondo un objetivo común: divulgar el lenguaje. Ambos oficios, en efecto, componen, descomponen y vuelven a componer el idioma, yuxtaponiendo piezas léxicas, oraciones y registros diferentes. ¿Cómo has pasado de ser profesora a escritora?

Bueno, me parece que en la enseñanza se da una reflexión sobre la lengua desde el punto de vista de su didactización, mientras que en la literatura tienen más peso las incertidumbres, la posibilidad de

 

abrir una brecha en los prejuicios de quien lee y esa parte de la invención literaria que consiste en organizar las palabras de modos sorprendentes, a veces anómalos, que sirven para que quienes estáis al otro lado de la página volváis la vista hacia la realidad trascendiendo la jaula del lenguaje. Son formas diferentes de acercarse al proceso de comunicación lingüístico, aunque en ambos casos la lengua se convierte en sujeto y objeto del proceso: media y es una finalidad en sí misma. También en ambas hay un componente afectivo y creativo muy importante. Cuando yo enseñaba E/LE rentabilicé estrategias de creatividad literaria a menudo para construir la competencia léxico-gramatical, cultural, pragmática de mis estudiantes: el binomio fantástico, el correlato objetivo, las animalizaciones… Lo pasábamos muy bien.

¿Dirías que existe cierta continuidad pedagógica en tu forma de escribir? ¿Consideras forzado afirmar que, entre otras cosas, la literatura es enseñanza novelada del idioma?    

Si yo, a estas alturas, casi rozando la segunda década del siglo XXI, afirmase que soy una escritora pedagógica, sería expulsada del templo sacrosanto de la literatura inmediatamente. Se supone que la escritura literaria ha perdido esa dimensión didáctica y todo lo que huela a didactismo clásico o dieciochesco está demonizado. Sin embargo, tengo la sospecha de que ciertas formas de la ambigüedad, el relativismo y la bruma, que sí están tolerados por los modos canónicos de proceder en el campo literario, proyectan visiones ideológicas encubiertas que, en el fondo, son tan aleccionadoras como las fábulas de Esopo. Tal vez, por eso, me resulta atractiva esa idea de que la literatura pueda llegar a convertirse en “enseñanza novelada del idioma”. Me encanta la sugerencia y la tengo que pensar.

Novela, ensayo, poesía, periodismo y a ver si no se me olvida algo. A lo largo de tu carrera has experimentado con distintos géneros literarios. ¿Ha habido alguna correspondencia entre dichos géneros y las etapas de tu vida?

Probablemente… Yo creo que a lo largo de mi vida ha habido una búsqueda de las mejores palabras para expresar distintos estados de ánimo y de pensamiento: dolor, indignación, contradicciones, satisfacción, miedo, esperanza… Y en esa búsqueda de las palabras en la que entiendo que el estilo literario es lo que, en definitiva, se dice en él y que las formas son ideológicas, he transitado por distintos géneros, sus fracturas e hibridaciones como manera de responder a los cánones y las relaciones de poder prefijadas por un sistema que no me termina de gustar. He escrito novelas donde la voz era lo más importante y he obviado la trama, y esa decisión debería suscitar preguntas en las personas que leen; he escrito policiacos donde se intercalaba un diario de enfermedad de una vecina menopáusica y esa interrupción de los ingredientes seductores del relato debería suscitar una preguntas sobre si leer es querer ser seducido o seducida, o si leer es otra cosa; también he escrito textos inclasificables en los que la dispersión de los materiales y su fragmentación -fotos, poemas, pasajes grotescos y cómicos, escenas costumbristas, reflexiones metaliterarias…- eran la metáfora de la experiencia del dolor en un cuerpo roto… En resumen, como apunta mi amigo el escritor Javier Maqua, de los géneros me interesan sus fracturas y sus mezclas igual que en las olas del mar -rompen, se mezclan con la arena de la playa- es donde surgen más formas de vida. También me gusta mucho trabajar con modos que ya se consideran obsoletos -omnisciencia editorial, por ejemplo- y que adquieren relieves significativos novedosos al ser sacados de su contexto original.

Desde un punto de vista literario, ¿cuál ha sido tu desafío más grande?

No logro recordar ni un solo título que no haya supuesto para mí un desafío. Intelectual y sentimental. Me gustaría decir que siempre me acerco a la literatura con curiosidad e intrepidez, procurando indagar en estilos nuevos; esa actitud es incompatible con las rutinas o la comodidad. Hammett dijo que el escritor que creía haber encontrado un estilo propio podía considerarse un escritor muerto: comparto la idea y pido la misma actitud rebelde e inquieta en las personas que me leen.

Con respecto al proceso de creación literaria, ¿por dónde sueles empezar a hilar la trama a la hora de escribir una novela? ¿Del final, de un factor o evento desencadenante, de la caracterización de un personaje? ¿Cómo encaras los impasses de la inspiración? Cuéntanos.

Depende del libro que esté escribiendo. Cuando afronté la escritura de mis falsas novelas detectivescas, el elemento estructural, la articulación de la trama y la deconstrucción de esa misma trama que define el género negro-criminal como un territorio altamente codificado, eran primordiales, de modo que dibujé planos que, mientras escribía, fui rompiendo o modificando. Los planes están para cambiarlos, pero yo necesitaba planes. Sin embargo, la escritura de los textos autobiográficos puros no suelo planificarla a priori: la memoria es un músculo que se va hipertrofiando a medida que lo usas, te lleva de un lugar a otro, asocia, amplía… Luego, en la etapa de revisión, no me queda más remedio que seleccionar, amputar, injertar u ordenar. Estos ejemplos son extremos, pero creo que expresan bien la idea de que nuestro trabajo nunca es idéntico a sí mismo: a veces tienes que pensar mucho antes de escribir, otras mientras escribes, otras después. Sin embargo, creo que para mí lo más importante tanto de los libros que leo, como de los libros que escribo, es la voz, encontrar la voz con la que proyectar la idea, la pregunta, la historia que se está mirando y se quiere compartir con los demás.

¿Hay algún escritor italiano contemporáneo que aprecias particularmente o con quien sientes cierta afinidad? Asimismo, ¿ha habido algún clásico de nuestra literatura que ha marcado o inspirado tu forma de escribir?
Me encantan Gadda, Livia de Stefani, Bassani, Bianciardi, Meneghello, Goliarda Sapienza… Me encantó un libro de Simona Vinci traducido en España como De los niños nada se sabe. Camilleri me parece un grande. Y creo que tanto Svevo como Ginzburg han hecho de mí la escritora que soy. Ojalá. Me inquieta y me interesa muchísimo Fleur Jaeggy. Y me avergüenzo de mi mala memoria: seguro que me olvido de muchos nombres absolutamente imprescindibles. Hay una poeta contemporánea que me fascina: se llama Maria Borio. Pero sé que tengo una asignatura pendiente con la escritura en italiano más reciente.

Feltrinelli publicó Farándula con el título Showbiz. En italiano no hay un equivalente de la palabra "farándula" que sea adecuada para este caso específico, por lo tanto, ¿podrías explicarnos la razón por la que se eligió "Showbiz"? ¿Tomaste parte en la elección? ¿Cómo se relaciona con la palabra "farándula"?

Me sorprendió cuando vi la palabra que se había elegido para traducir el título de mi novela. El problema de traducción, en este caso, tenía que ver con que “farándula” es un falso amigo y en italiano significa algo distinto que en español: en nuestro país la farándula alude a esa parte del mundo del teatro, del cine y la televisión que va más allá de los escenarios, de lo artístico, y se adentra en las vidas personales, los amores y también en la precariedad del oficio. Con este retrato deformante, con estas imágenes pasadas por el filtro valleinclanesco del callejón del Gato, yo quería compartir y reflexionar sobre la crisis económica que hemos vivido, en mayor o menor grado, en todos los países europeos, en cómo ha transformado nuestras vidas el tránsito de lo analógico a lo digital y en cómo a veces no ponemos en tela de juicio axiomas ideológicos que tenemos naturalizados y que, por tanto, no sometemos a crítica: tal vez deberíamos…

El lenguaje que utilizaste para escribir el libro es complejo y rico en referencias al mundo ibérico, a su sociedad, personajes y hechos, difíciles de entender en el extranjero, a menos de que el lector esté particularmente vinculado con España. ¿Crees que, en este sentido, tu traductor, que trabaja con un texto de origen tan rico en elementos variados, tiene la obligación de hacerlo lo más posible asequible a los lectores, tal vez agregando explicaciones y nivelando el lenguaje? ¿O en cambio crees que el lector debería hacer un esfuerzo para comprender e investigar por su cuenta?

Últimamente soy muy sensible a un proceso de gentrificación de los estilos que yo asocio con el neoliberalismo económico y que me lleva a trabajar con la sospecha, cómica y crítica, de que todo el mundo acabará pensando y sintiendo en inglés, aunque no lo hable. Hay una especie de colonización de los afectos a través de las ficciones literarias y televisivas, frente a la que yo procuro resistirme utilizando un sentido del humor, unos chascarrillos, un estilo literario enumerativo, una palabra muy marcada por su “mediterraneidad”, que podría ser tan universal y traducible como esas formas narrativas que se imponen como universales por el hecho de transcurrir en Brooklyn. ¿Por qué las novelas de Foster Wallace no necesitan notas a pie de página? Porque ya hemos asumido como propio ese modelo cultural y en eso las directrices de la economía tienen mucho que ver. Yo abogo por la universalidad de Mastroianni, De Sica, Loren y de todos los actores y actrices principales o secundarios que aparecen en Farándula. Abogo por que la literatura se convierta en un espacio de resistencia que propicie la lectura crítica del texto y de la realidad, y en un territorio donde se conserven las biodiversidades culturales que vamos perdiendo bajo la máscara light y tolerada de la corrección política y la interculturalidad mientras las desigualdades de clase, género y raza se siguen perpetuando cínicamente en todo el mundo. Y claro, en novelas como la mía, la traducción es absolutamente fundamental.

En este sentido, ¿qué relación tienes con tus traductores? ¿Sueles exigirles algo en particular a la hora de traducir la obra o les permites trabajar libremente?

El trabajo de la traducción ha de ser libre y todo lo autónomo que quiera quien lo lleva a cabo. Yo estoy, al otro lado, para resolver sus dudas en el caso de que se dirijan a mí: a veces lo hacen y a veces no. Pero entiendo la traducción como una actividad de mediación, absolutamente creativa, que está además muy mal pagada y muy poco reconocida en el campo cultural.

Después de que nos conocimos en ocasión de la presentación Farándula en la biblioteca del Instituto Cervantes de Roma he empezado a leer tus artículos publicados en la columna de El País. Lengua, cultura y política. Me he vuelto a encontrar azarosa y sorprendentemente el trinomio idioma, identidad e ideología al leer la entradilla de tu artículo Lingüista: “nos estamos pensando y no se puede pensar sin el lenguaje. Sin sus normas y sus distorsiones”. ¿Nos regalas una reflexión tuya sobre las relaciones entre idioma, identidad e ideología?

Cuando decidí aceptar la invitación para ser columnista de El País, llevé a cabo un ejercicio de introspección en el que me hice consciente de mis limitaciones. Pensé qué podía yo aportar al conjunto del periódico, porque allí hay profesionales que pueden reaccionar de un modo rápido y documentado frente a los estímulos que diariamente nos llegan desde la realidad. Tenaces comentaristas políticos, gente muy al tanto de eso que se llama la “candente actualidad”. Llegué a la conclusión de que en mis columnas yo podía ofrecer una visión crítica de la ideología invisible, de todas esas creencias y valores que, como te decía antes, tenemos tan interiorizados que ni siquiera los percibimos como ideológicos: los modos de usar el lenguaje revelan continuamente arcanos y cripto-secretos (la hipérbole y la redundancia son una broma) contenidos de esa ideología invisible que demuestran la validez de esa máxima de Humpty Dumpty de que “lo importante no es saber lo que las palabras significan, lo importante es saber quién es el que manda: eso es todo”. Por eso mis columnas hablan del lenguaje y la retórica, y hablando de lenguaje y la retórica están hablando de la violencia del mundo en que vivimos, de la verdadera magnitud de las mentiras y del error que cometemos cuando consideramos que la cultura, las humanidades, la filosofía o la estilística son disciplinas ornamentales. 

Volviendo a tu columna, ¿cómo ha nacido esta colaboración con El País? Todos tus artículos tienen por titular un sustantivo femenino o un adjetivo especificativo. ¿Puedes explicarnos el porqué de esta elección?

Bueno, siguiendo el hilo de mi respuesta anterior, creo que el lenguaje está lleno de impregnaciones del discurso del poder. Sin embargo, es patrimonio de todo el mundo y legítimamente podemos jugar con él, contradecir sus normas, violentarlo para, perdiéndole el respeto, mostrarle el mayor de los respetos, en la medida en que el lenguaje nos ayuda a ver y transformar la realidad partiendo de la propia realidad. Así que, si en nuestra manera de hablar y escribir, existen tics machistas y clasistas y racistas, yo me permito jugar con él para evidenciar esos -ismos enfermizos y revertir el proceso. Mi aproximación hacia el idioma y la cultura es optimista: creo que son performativos. Creo que, del mismo modo, que las lenguas pueden ser un depósito de mentiras y de residuos tóxicos del discurso de los vencedores, también pueden convertirse en un intento de acercamiento y construcción de las verdades, por muy subjetivas que estas sean, y una herramienta validad para defender los intereses y visibilizar a las personas menos privilegiadas. Intento usar el lenguaje para suturar las brechas de desigualdad. Por otra parte, me inquieta que a menudo la corrección política, aplicada al lenguaje y vinculada a las prácticas feministas, reduzca el espacio de nuestras legítimas reivindicaciones a la mera espectacularidad comercial buscada por ciertos medios de comunicación para suscitar polémicas y vender noticias.

En Deseada nos proporcionas una reflexión muy atenta sobre cómo aquí en Italia las retóricas xenófoba y machista de la Liga de Matteo Salvini se han entrelazado a raíz del asesinato de Desirée Mariottini. La globalización despierta arcadas nacionalistas, exaltaciones identitarias, localismos, intimidades culturales. La crítica de género, el proceso de empoderamiento de la mujer parecen regurgitar las peores salvajadas y las más sutiles formas de dominación de la mujer, algunas de las cuales has destacado de forma muy diáfana y penetrante en tu artículo. Es como si estuviéramos jugando a un juego de mesa con las reglas de una edición demasiado antigua. ¿Qué se nos olvidó? ¿Qué es lo que está fallando? En tu opinión, ¿cuáles son los cambios que necesitamos emprender?

Se nos olvidó la racionalidad y el valor de lo ideológico frente al discurso de las vísceras, que no se vende como discurso, sino como modo natural de comportarnos. Se nos olvidó la alegría. Se nos olvidó que no es lo mismo hablar con el corazón en la mano que con la mano en el corazón. Se nos olvidó la necesidad de la utopía, que pensar es útil -para bien o para mal-, que la cultura no nos convierte en frikis, que una sociedad democrática es la que enseña a leer a su ciudadanía construyendo el sentido crítico y sin alentar las bajas pasiones. Se nos olvidó que la cultura no ha de ser edificante por principio, que pertenece a todo el mundo y no solo a unas élites que la reducen a mera distracción porque saben que es poderosa; se nos olvidó que la metabolizamos y que algunas veces nos ayuda a romper con prejuicios perniciosos. Se nos olvidó que algunas veces tenemos que pensar de dónde provienen esos deseos que en ocasiones, al ser cumplidos, nos hacen sentirnos libres siendo más esclavos que nunca. Se nos olvidó el poder de las fieras y la necesidad de los tiempos lentos y de mirar por debajo de las alfombras, bajo la punta de los icebergs y más allá de los cristales de los escaparates para escapar de las inercias y de las alienaciones. A veces hay que romper los cristales de los escaparates para ver qué hay detrás de ellos.

Por último, volvamos a las palabras y a su poder de custodiar mundos de significado; unos mundos que a veces un uso poco atento o tendencioso del lenguaje puede distorsionar. En nuestro blog cada mes presentamos una palabra, justamente con el objetivo de dar a conocer sus profundidades semánticas. Pensando en nuestros tiempos, ¿nos dejas con dos palabras que sientes muy tuyas y que te susciten respectivamente miedo y esperanza?

Libertad e igualdad. La primera porque a veces se reduce a la idea de comprar y vender, y otras se usa para legitimar conductas prehistóricas: por ejemplo, ahora desde la ultraderecha española se utiliza la palabra “libertad” en frases como “los padres tienen la libertad de someter a sus hijos a tratamiento en el caso de que sean homosexuales o lesbianas”. ¿Qué perversión del concepto de libertad es ese? En cuanto a la igualdad, hay personas que se revuelen porque reivindican su diferencia: yo también reivindico mi diferencia, pero me niego a que mi diferencia se convierta en desventaja ni en los espacios públicos ni, por ende, en los espacios privados; se manipula torticeramente el significado de la “diversidad” para conservar privilegios y desdecir algo obvio: que la igualdad de oportunidades es aún una de las grandes conquistas pendientes de la humanidad.

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