de Alice Piccone

 

Dejado al margen del universo literario hispanoamericano durante muchos años, se puede decir que hoy Pablo Palacio, excéntrico precursor ecuatoriano, empieza a recuperar la atención que merece incluso en el exterior. En Italia, esto sucede gracias a Edizioni Arcoiris, que propone en la colección Gli eccentrici, que incluye los cuentos de Un hombre muerto a puntapiés (2018, disponible aquí) y Vida del ahorcado, novela breve que se estrenará en las próximas semanas.

 

 

A pesar de compartir los rasgos generacionales vanguardistas de su tiempo, como el deseo de liberarse de todo exotismo y elemento superfluo, Palacio, nacido en 1906 en Loja, representa un caso único en la literatura ecuatoriana y no solo, en el que el realismo adquiere una lucidez devastadora y al mismo tiempo recorre caminos delirantes. Se anticipa mucho a algunas corrientes literarias de las décadas siguientes y se suma a las filas de extraños y brillantes escritores hispanoamericanos del siglo XX, como el uruguayo Felisberto Hernández o el argentino Macedonio Fernández.

En contraste con el canon literario de la época, Palacio cuenta las pequeñeces absurdas, la soledad y el horror del individuo, que considera más relevantes que las grandes realidades sociales descritas minuciosamente por sus contemporáneos. El hilo conductor de su producción es un humor sutil, a través del cual se burla de cualquier proceso lógico.

En 1927, la publicación de Un hombre muerto a puntapiés, colección que toma su nombre del primer relato, genera indignación, debido a la irreverencia evidente ya en el título. Palacio toca temas nuevos para la época, alude a asuntos tabú como la homosexualidad, y sus personajes son marginados de la sociedad, que a menudo adquieren rasgos grotescos: un antropófago cuyo único defecto es complacer sus instintos, o dos gemelas siamesas en eterno conflicto de personalidades, por nombrar algunos. Esta obra llama la atención de los círculos vanguardistas de Quito, impresionados por la originalidad de los cuentos. Pronto acogen al jovencísimo Pablo, que comienza a escribir en las principales revistas del país. Por un lado, la nueva generación de escritores hispanoamericanos sentía la necesidad de reconstruir todo desde los cimientos, liberándose de los modelos, pero por otro lado no pudieron evitar sentir la influencia de grandes personalidades europeas en el campo de las artes. En este sentido, Palacio comparte la misma tendencia, y al leerlo uno tiene a menudo la impresión de encontrarse frente a los rostros descompuestos en geometrías de Braque o Picasso.

La producción de Palacio es mínima y, además de los cuentos antes mencionados, incluye un puñado de poemas, algunos ensayos y dos novelas breves y experimentales cercanas a la antinovela, Débora, de 1927, y Vida del ahorcado, de 1932. En este último trabajo fragmentado, salpicado de imágenes oníricas, trata de situaciones que revelan la ambigüedad y los límites del ser humano. Y lo hace desde un punto de vista extremadamente subjetivo, por lo que a veces no es posible distinguir la imaginación de la realidad. Pero, después de todo, ¿Qué importa? Ambas dimensiones juegan un papel igualmente significativo en su poética.

Pablo Palacio crea aglomeraciones de “lodo suburbano”, se adentra en las entrañas de la realidad, descubre su lado inaudito, y su análisis es despiadado y distante, parecido a la disección de un cirujano, pero siempre impregnado de ironía. Su prosa es libre de retórica y su acercamiento a la realidad es directo, en ocasiones su lenguaje se reduce al hueso, hasta el punto de usar la terminología científica exacta para palabras que designan plantas, partes del cuerpo y patologías. Por tanto, las numerosas referencias a obras literarias y personajes históricos parecerían contradictorias, pero en realidad hay siempre una intención desacralizadora o paródica.

La infancia marcada por el abandono, el talento literario muy precoz, la enfermedad mental y finalmente la muerte temprana ayudan a comprender el aura de misterio que se ha ido creando en torno a la figura de Pablo Palacio a lo largo de los años. Su brillante y prometedora vida pública –también es abogado, profesor de filosofía y militante del Partido Socialista– es de hecho breve. Destellos de una enfermedad mental incurable, que en pocos años lo llevan a la muerte, hacen la primera aparición a sus treinta años. Biógrafos y críticos se han detenido a analizar la conexión entre esto y la locura como tema recurrente en su producción, como si se tratara de un siniestro presentimiento. Independientemente de lo que probablemente sea una coincidencia, su genio visionario y loco lo empujó hacia áreas del inconsciente humano inexploradas, para decirlo en emblemática línea de Vida del ahorcado: “tal era su iluminado alucinamiento”.

 

 

El proyecto de financiación de Edizioni Arcoiris en Produzioni dal basso para recaudar los fondos necesarios para los costes de traducción, publicación y promoción de Vida del ahorcado está a punto de cerrarse. Haz clic aquí para saber más y hacer tu contribución.

 

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