Os presentamos el tercer cuento popular mexicano seleccionado por Camilla Impieri y reproducido con el amable permiso de Fabio Morábito. Aquí va el artículo sobre la colección “Cuentos populares mexicanos”.

 

San Antonio

Cuento oral maya, de Yucatán

Transcrito por Fabio Morábito

Había una pareja que era muy devota de San Antonio y tenían en su casa una estatua del santo. La tenían guardada en un tabernáculo, de donde la sacaban en su día para celebrar su novenario, al que invitaban a todos los vecinos. Repartían regalos, se comía y se bailaba. En fin, la celebración del santo era toda una fiesta. Fue poco antes del día del santo que un hombre, vecino de la pareja, se enamoró de la mujer. Empezó a hablarle, la seguía cuando salía a algún mandado y la espiaba para saber cuándo estaba sola. Le decía cosas así: “Mujer, me gustas mucho”, o “Desde que despierto hasta que me acuesto, no hago más que pensar en ti”.
Era un joven apuesto y amable, y la mujer, que al principio no le hacía caso, empezó a sentir algo por él.
Pero como estaba casada, apenas le dirigía la palabra, hasta que un día le reclamó:

–¿No ve usted que tengo marido? Si se enterara, me golpearía hasta matarme.

 

–¿Y por qué tiene que enterarse? –le dijo el joven–. Será un secreto entre nosotros. 

–¿Un secreto?

–Sí, nadie tiene por qué saberlo. Si supiera cómo pienso en usted, no hago otra cosa. 

–Lo mataría también a usted, joven. 

–No me importa, de todos modos me voy a morir. 

–¿Tanto me quiere? 

–No se imagina cuánto. 

Y dale y dale, hasta que la mujer cedió. Quedaron de verse un día en que el marido iba a ir al pueblo más cercano a comprar unos aparejos para la siembra. Llegó el joven y tocó la puerta: ¡Pon pon pon! 

La mujer lo hizo pasar. El joven se sentó en la hamaca y le dijo que se acercara. Pero ella le contestó: 

–Primero hay que comer, voy a preparar la comida. 

–¿Vamos a comer? 

–Sí, yo estoy acostumbrada a dormir con mi esposo después de comer. 

–Pero mujer, esto lleva tiempo y puede ser peligroso. 

–Lo siento, no estoy acostumbrada a hacerlo con mi esposo tan rápidamente. Primero nos bañamos, comemos y luego lo hacemos. 

El joven no tuvo más remedio que asentir: 

–Bueno, pero no estaría mal que se apurara tantito. 

La mujer fue a la cocina a preparar la comida y la bebida, y el joven la ayudó en lo que pudo. Cuando la comida estuvo lista, comieron. Después de comer la mujer lavó los platos y limpió la cocina. 

Entonces fueron al dormitorio y él le dijo: 

–Ven, acércate.

–No, así de rápido no puedo. Estoy acostumbrada a hacerlo con mi esposo y nosotros nos quitamos todas nuestras ropas.

El joven, que hervía de deseo, se quitó la ropa hasta quedar desnudo. 

–No deje tirada su ropa así –dijo la mujer. 

La recogió del suelo y la puso dentro del arcón del cuarto. Luego ella también se desnudó. 

–Ven, acércate –le dijo él. 

–Hombre, no tenga tanta prisa. Se acostó a su lado y empezaron a acariciarse. En eso, que tocan a la puerta: ¡Pon pon pon! 

–¡María Santísima, mi esposo ha vuelto! 

–¿Qué hago? –preguntó el joven, brincando de la cama. 

–Vístase, rápido. 

La mujer fue a abrir el arcón donde había guardado la ropa del joven, pero no pudo levantar la tapa. 

–¡Se trabó! 

–¿Qué hago? –repitió el joven. 

Se volvió a oír: ¡Pon pon pon! 

–¡Ya voy! –gritó la mujer, y añadió en voz baja:

–¡Métase en el tabernáculo, póngase la ropa de San Antonio y estese quieto! 

El joven, que estaba encuerado, le quitó la ropa al santo y se la puso. Entre los dos cargaron con la estatua del santo y la ocultaron debajo de la cama. Luego el joven se metió en el tabernáculo.

–¡Ya voy, ya voy, cuánto escándalo! –dijo la mujer, y fue a abrir la puerta. El marido entró hecho una furia. 

–¿Con quién hablabas? 

–¿Yo? Con nadie.

El marido sacó su largo machete y golpeó la mesa: ¡Ta ta ta ta! 

–¡Hay alguien aquí! –y empezó a golpear cosas con el machete, levantando una nube de polvo

–Te oí hablar. 

Entró al dormitorio, abrió el armario, vio que no había nadie y fue al patio, regresó en seguida y preguntó: 

–¿Hablabas con alguien? 

–Ah, sí, con San Antonio –respondió la mujer. 

El marido abrió el tabernáculo y, después de mirar a San Antonio y persignarse, volvió a cerrarlo.

–¿Qué es eso de que hablas con San Antonio? 

–Le digo cosas a veces, ni yo me doy cuenta. 

El joven, dentro del tabernáculo, estaba pálido y casi no respiraba del terror. El marido se sentó a la mesa y dijo: 

–Pues ya no le vas a poder hablar. 

–¿Por qué? –Porque acabo de venderlo. 

–¿Vendiste al santo? 

–Ese hombre que vino el otro día a verlo, ¿te acuerdas? Me volvió a insistir. Ahora me ofrece el doble. ¿Qué quieres? Se encariñó con nuestro santito. 

–Me dijiste que no lo ibas a vender –balbuceó la mujer.

–Al precio que me ofrece, sí lo vendo. Te comprarás otro. 

Tocaron a la puerta: ¡Pon pon pon! 

–Es él. Viene a llevárselo –dijo el marido, y fue a abrir la puerta. Era el comprador de San Antonio, acompañado por dos personas que venían a ayudarlo a cargar al santo. 

El marido les abrió el tabernáculo, se persignó y les dijo:

–Pueden llevárselo. 

–¡María Santísima! –exclamó el comprador–. ¡Mi maravilloso santo! ¡Miren qué vivo parece! 

–¡Como si respirara! –dijo uno de sus acompañantes. 

Entre los tres cargaron a San Antonio. 

–¡Híjoles, está bien pesado! –dijeron. 

–¡Para que vean la calidad! –exclamó el marido mientras contaba el dinero que le había entregado el comprador. 

Lo bajaron muy despacito y cuando atravesó el quicio de la puerta empezó el tronadero de cohetes. Afuera había un montón de gente, los parientes y amigos del comprador, que habían venido a festejar el traslado de San Antonio, porque ¡ay de aquellos que no acompañan la mudanza del santo con música y cohetes! 

La banda empezó a tocar y todos se acercaban a sobar la túnica bendita. Lo fueron llevando, y el pobre joven no movía los ojos para que no lo descubrieran. 

–¡Si parece vivo! ¡Este santo es de milagro! 

Cuando llegaron a la casa del hombre y lo colocaron en su altar, el joven estaba cerca de desmayarse. Entonces las mujeres dijeron: 

–¡Hagamos la novena! 

Y empezaron a rezar. Vino mucha gente al rezo. Entonces se oyó: “¡Eh pech!”.

–¿Oyeron eso? –Sí, se echó uno. 

–¡ María Santísima, este santo es realmente milagroso!

–¡Eh pech! 

–Sí, está feliz de que haya venido tanta gente. 

–¡Mira cuánto nos ama San Antonio!

Acabado el rezo, empezaron a repartir regalos y dulces. El joven estaba a un punto del desmayo por el calor de las velas, de los cohetes y del incienso. Luego del reparto, los hombres y las mujeres se prepararon para la fiesta y fueron saliendo. Sólo quedaron unas cuantas mujeres viejas en la casa, rezando todavía.

–¡Eh pech! 

–¡Este santo habla, es milagroso! 

Entonces, de golpe, San Antonio saltó. Dio un salto y se echó a correr. Se largó. La gente decía mientras corría: 

–¡Ahí va el santo, ahí va el santo, ahí va el santo! 

Algunos fueron tras él, pero el santo corría como loco y se les perdió. 

–¡Busquen al santo, busquen al santo! La gente lo buscó, pero no lograron dar con él. 

Al otro día, el que había vendido al santo llevó a su nuevo San Antonio al límite del pueblo. De ahí lo regresó a su casa. Cuando llegó, el comprador lo estaba esperando y le dijo: 

–Hola. Veo que encontraste otro santo. 

–Mi mujer fue a comprar uno. Encontró uno igualito, mira. 

El otro miró la estatua y dijo: 

–No, con todo respeto, es mejor el que me vendiste. Pero ya se fue. 

–¿Cómo que se fue? 

–¡Se levantó y se fue! Algo no le gustó. Se echó a correr. 

–¡María Santísima! –exclamó el marido. 

–Déjame decirte que ese San Antonio era realmente milagroso. Ahora voy a tener que comprar otro.

–Éste ya no te lo vendo –dijo el marido de la mujer. 

–Y yo no pienso comprártelo. Ni de lejos se compara con el otro. Voy a buscar uno como aquél, cueste lo que cueste. 

Se despidió, y el marido se quedó pensando: “¿Por qué se echó a correr el santo? 

A lo mejor ese hombre hizo algo que no le gustó. Yo siempre lo traté bien, siempre lo celebré como es debido. Ahora voy a hacer una fiesta para el nuevo, no me vaya a salir respingoso como el otro”. 

Se organizó una novena en la noche para el nuevo San Antonio, que no era tan nuevo como creía el marido. Dieron, pues, una nueva fiesta. Cuando pasé por allí lo estaban festejando. Repartían cosas y todo el mundo bailaba.

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