Autor: Fernando Aramburu
Título: Utilidad de las desgracias
Editorial: Tusquets
Año: 2020
Páginas: 352
de Alberto Rodríguez
Cuando vi la imagen de la cubierta de este libro realizada por Gabriel Sanz esbocé una ligera sonrisa de complacencia ante una imagen que es una auténtica interpretación ilustrativa del título. Me preparé entonces para seguir las reflexiones de Aramburu sobre las desgracias, pensando que en este tiempo serían, por antonomasia, los dolores que nos aporta la pandemia. Leí luego la contraportada y se ensanchó mi horizonte de expectativas al ver que el libro es un compendio de varios artículos literarios. De hecho el título es, en letras capitales, “Utilidad de las desgracias” y en pequeño, en otra línea, “y otros textos”.
En concreto, el libro está compuesto por 81 artículos de periódico que el autor escribió desde 2017 a 2018 en el diario El Mundo, el último de los cuales da título también al libro. Escritos en los que con completa libertad ha reflexionado sobre diversos temas. Ver el precioso índice ya te hace soñar con el auténtico placer de este libro: su cuerpo está hecho realmente de “otros textos”, una visión caleidoscópica. Lecturas que desde un punto de vista muy personal te ofrecen un amplio abanico de temas para dialogar con Fernando Aramburu. Y digo dialogar porque mientras lees y al final de cada artículo es inevitable una respuesta, aunque sea solo un movimiento de cabeza, una sonrisa ante un humorismo que encanta y desvela o la pausa en la que los ojos vuelven a buscar alguna frase que hace despertar recuerdos como un perfume conocido.
Son artículos escritos con una forma de reflexión lógica pero que no renuncian a un sinfín de matices incluso poéticos, al calor de las convicciones, de las experiencias irrenunciables, de una compasión en la que los ideales siempre están al servicio de las personas concretas. Son textos que, al saborearlos te vienen ganas de compartirlos. En este caso me hubiera gustado mucho leerlo con dos buenos profesores de lengua española como Mateo y Felipe. Ellos, en efecto, son buenos catadores de lo que nos ofrece la vida. “Es el paladar el que decide la calidad del vino y no la etiqueta de la botella. Ni el vino ni la poesía son nada en tanto no sean catados… Ahora bien, no debemos ser tan ingenuos como para obviar que el gusto, si no se educa, si no se cultiva, nos negará innumerables matices de la comprensión y del deleite”.
Este tipo de reflexiones sobre la naturaleza humana, sobre qué es la educación o describiendo diversos eventos de la historia, ciudades, libros o escritores, aparecen siempre tamizados por su experiencia vital y profesional, muchas veces con un fino toque de humor. Constituyen un tesoro que el autor comparte con nosotros y del que poder sacar innumerables argumentos y frases redondas, construidas con esmero y pericia, casi latinas. Cada capítulo lo vas degustando como unos buenos pinchos que no cansan pero contienen pequeñas raciones de arte.
En todos ellos el paso de los años es también un tema constante bien sea por “esa imposición de la edad llamada escepticismo” como por la cantidad de experiencias, cambios o seguridades, a la luz de los cuales el autor reflexiona y escribe sobre cualquier tema que toque, ya sea el fútbol, un buen desayuno o sobre su trabajo de escritor.
La capacidad de conocer idiomas, la diversidad de formas de entender las relaciones e incluso la forma de trabajar o las decisiones en cuestiones de política cultural, el autor las afronta desde la perspectiva del que está fuera –“gorroneando oxígeno”– y ve, en la complejidad de la distancia, el propio país. Al mismo tiempo, en cuanto escritor vasco y autor de la famosa novela Patria, nos adentramos con él en sentimientos, relaciones y vivencias que unen su historia personal con las de la sociedad vasca, española, europea y, en algunos casos, mundial. Escribe en estos artículos palabras llenas de emocionados recuerdos que nos interrogan sobre “¿qué hacer con el pasado que se aleja y todavía duele y divide?”.
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