Javier Payeras nace en Ciudad de Guatemala en 1974. Pertenece a la “Generación de Posguerra”, un grupo de jóvenes escritores que empieza a publicar en los años Noventa y se aleja de las temáticas tratadas hasta entonces. Estudia filosofía, pero sus vocaciones primarias son la pintura y la escritura, de hecho, en 1998 empieza su recorrido en el mundo literario. Sus obras abarcan varios géneros: desde la novela hasta la poesía, incluso el ensayo y, entre todas, destacan: Imágenes para un View-Master (2013), una antología de relatos a la que pertenecen los siguientes fragmentos, las colecciones de poemas Soledadbrother (2003) y Slogan para una bala expansiva (2015), y algunas novelas breves, como Ruido de Fondo (2003) y Afuera (2006). Su producción literaria refleja la sociedad en la que vive, mostrando la verdadera esencia de Guatemala a través de virtudes y defectos, gracias a un estilo y lenguaje minimalista, claro y directo, a veces sarcástico, pero sin artificios. Es una  figura muy relevante de la literatura contemporánea centroamericana, por ello, algunos de sus trabajos se han incluido en varias antologías en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Actualmente es coordinador del Centro Cultural de España en Guatemala y escribe para varias revistas literarias.

Este texto-ensayo-poema narra la experiencia de Payeras durante su visita a Copenhague para participar en el IV Festival de Literatura Española de Copenhague en 2015. Se reproduce aquí con el amable permiso del autor.

 

 

Copenhague

(II parte)

 Javier Payeras

 

 

Los daneses tienen consciencia, ellos se toman en serio. Para nosotros tal cosa es una enfermedad, queremos importarle a alguien y no interesarnos en nosotros mismos. En Guatemala tener autoestima es estar enfermo.

Los poetas jóvenes en Europa son marginales, hijos de árabes o africanos.

Los latinoamericanos nos agrupamos alrededor de lo que creemos nos pertenece. Los daneses no urgen transgredir, se apegan al plan. Estos día he pensado mucho en Frantz Fanon.

A menudo vivimos un presente que ya es recuerdo. O recordamos lo que no hemos vivido. Visitar ciudades como Ribe. Sentir contacto con sus piedras, el tacto de su grama en el aire frío y la lluvia.

Aquí la antigüedad es digna. Cuando uno viene de un presente que deshonra a sus antepasados prehispánicos quemando sus códices, me da rabia llevar dentro esa parte de mí. En mi sangre están todas las mezclas, todas las ignorancias.

 

*

 

Anoto todo esto a mano. La caligrafía es meditar, orar.

Transcurre el tiempo entre la llovizna.

Paso la noche en el hogar de Steffan, Nico y Ana Carolina. El amor del padre al niño me lleva a Guatemala y a mi hijo.

Nunca tuve un padre, asunto remediable únicamente siendo uno, descubriendo uno mismo la paternidad.

Acompaño a Ana Carolina al colegio de Nico.

Escuelas de alta tecnología. Arte realizado por los niños. Esas cosas que nunca he visto. Una educación para ser libre. Una educación sin sobreproteger.

No veo en ningún lado madres histéricas ni camionetas agrícolas con guardaespaldas armados. El mundo del niño es su mundo.

 

*

 

Con Ana Carolina vamos a Alemania. Entramos a una pastelería. Todo cambia, el trato es distinto, además es más barato. Los alemanes son más espontáneos. Saludan, dan abrazos, toman fotos.

Visitar a los alumnos del Gymnasium me dio mucha energía. La enorme construcción de ladrillo y las fotografías de las promociones de estudiantes. El labrado en piedra con los nombre de quienes se opusieron a los nazis. Fueron ejecutados luego de su rebelión, a las puertas del liceo.

Cuando hablé de Guatemala los chicos me dicen que no parezco guatemalteco, no como los de los documentales.

Largo de explicar, costó mucho trabajo explicarles nuestro cómo nuestro país se fue separando.

 

*

 

Es tan fácil deslumbrarse. Pienso en los latinoamericanos que se transformaron en falsos exóticos dentro de la cultura europea. Todo con tal de ser aceptados y amados, como pájaros. Muchos tienen la falsa premisa que aquí encontraron su verdadera casa.

Ser un salvaje inteligente. Ser sólo inteligente y venir de “terra ignota” es meterse en un espacio controlado y ocupado por el poder cultural europeo o norteamericano. Incluso en Latinoamérica hay países que controlan tal tema. Ser centroamericano es ser invisible, periférico.

Los centroamericanos somos como una familia numerosa que comparte una sola cama y un solo baño. La casa sin barrer en ciertos rincones, pero salimos al centro comercial y nos vestimos de paseo. Venimos de El Salvador, de Guatemala, de Nicaragua, de Honduras, de Costa Rica, en lugar de decir, venimos de Centroamérica y ubicarnos mejor en el mundo.

En Dinamarca despierto una curiosidad antropológica conmovedora. Saben de la guerra. Un amigo argentino me pregunta, -Ché, pero escriben filosofía, creí que sólo sufrían.

 

*

 

Llueve sobre el viento frío. El cielo plomizo del Báltico.

Recibo la noticia en Twitter: murieron centenas de personas en Guatemala, un derrumbe, soterrados en un área cercana a la ciudad llamada El Cambray 2.

Duele ver y entender. Hay tanto dolor en mi país. Es tan frágil y tan triste. La peor violencia es la pobreza, el no tener a dónde ir.

Acá recorro las carreteras bien cuidadas mientras los molinos Siemens hacen un lento movimiento al girar. Yo pienso en la gente del Cambray. Estando en un bar un chico y una chica daneses con quienes conversaba me preguntaron por el suceso. Me dijeron, “Nosotros podemos viajar el jueves para allá, llevamos una pala, ayudamos, yo tengo algo de plata para el pasaje…”, se me llenaron los ojos de lágrimas, no pude contenerme. La bondad no tiene lugar.

 

*

 

Atravesar el Atlántico es un regalo de Ana Carolina y Éfrin. Están lejos, pero están más cerca de mí que mucha gente. Andrés Pineda es un amigo músico desde hace mucho. Tuvo el valor de venir hasta acá y hacerse camino como músico. Una dignidad que en Guatemala lo hubiera matado de hambre. Trabaja duro. Toca. Tiene fans. Noble sentido del humor. Es tanta la generosidad de todos ellos. Quizá la soledad o el frío los acerca. Nuestro fuego.

Dinamarca es Hamlet. Son las imágenes de caballeros. Hans Christian Andersen. Una cultura ascéptica, nada ostentosa, nada de carros polarizados ni teléfonos te alta tecnología. Muy lejos de la cultura estadounidense, de la que somos chambelánes los guatemaltecos.

 

*

 

Sabiduría de reconocer la diferencia entre lo que inicia y lo que termina. Entre lo que nace y lo que agoniza.

Veo para todos lados y encuentro un mundo viejo, lleno de comodidades, pero menos humano.

¿En qué momentos llegarán todas las consecuencias?

Leer y anotar un libro en el restaurante árabe. Volver en bicicleta sintiendo la brisa de Copenhague.

La pobreza no está desnuda ni el racismo. La belleza es como un cisne de hielo.

Las danesas son mujeres sumamente hermosas, mantienen un reposo protestante y muy racional. Son elegantes y a la vez esconden su belleza. Son amables pero no son variables. Se ven un tanto uniformes en su forma de mostrarse. No buscan llamar la atención. Valoran la mesura, ser directas, sin excentricidades.

Dinamarca es el escenario de un futuro europeo. De los que sobrevivan a la Unión Europea. De los países que puedan sostenerse como la Euorpa próspera, como la potencia cultural y económica.

 

*

 

Leo sin detenerme The collosus of Marousi de Henry Miller, sueño con esa vida de viajante erudite, liberal en todo, explorador de todo, hedonista. Lo que realmente quisiera vivir.

Al viajar uno se da cuenta que el destino es cambiante. Hago estas anotaciones para sentir el viaje como algo interior, no simplemente como un desplazamiento. Sigo triste por la tragedia en Guatemala. Comparo todo esto contra lo que falta en mi país.

Viajo y traigo conmigo una república de montañas. La mirada. Por momentos siento miedo que me guste demasiado Dinamarca. Es incómodo, sólo estoy de paso. No quiero buscar un sitio donde soy ajeno.

Tarde o temprano conocería el racismo y la oscuridad.

Quince días en un país no sirve más que para bosquejarlo. Estas palabras son un diario, una huella, una carta. Estas palabras son para mis amigos que se fueron y se quedaron. Para la diáspora. Soy un pésimo turista, no busco caminos, encuentro senderos.

 

*

 

Nunca le he temido a la escritura

No busco más que lo que puedo encontrar. No me interesa ni iluminar ni entretener. Sólo fabrico. Trato de abrirme brecha hacia el fondo de todo.

La experiencia se vuelve lenguaje. El lenguaje es una luz en los ojos. Despierto y me quedo viendo titilar la pantalla.

A veces al escribir viene el caos o el orden. Pero así entiendo la vida, describiéndola con palabras. Escribo caminando.

 

Anoto. Dibujo.

 

*

 

Retomar los asuntos pendientes. Apenas una visión y toda aquella música a fragmentos. Las sombras se mueven por Copenhague. Llovizna de nuevo.

Esta calma nórdica.

Yo no encajo en esta sociedad tan ordenada.

 

*

 

Al declinar existen demasiadas cosas atrapadas en los demás. Pongo Glenn Gould en el Deezer de mi teléfono. Variaciones de Goldberg.

El destino que equivocamos es una torcedura. Tanto acusarse en la vida.

El ruido debe permanecer fuera y no adentro de la cabeza. Acá oscurece hasta media noche. El color de la oscuridad es distinto.

Aquella canción de Scott Walker. Bicicletas y puentes.

Soy un rostro extraño en estas calles: ¿Árabe o español?

Venden café guatemalteco en un restaurante.

Pienso en Gómez Carrillo, Asturias, Monterroso, Cardoza y Aragón. Fueron migrantes distinguidos. Tal cosa ya no existe. Este es el siglo de la xenofobia. No importa tu genio, sino tu origen, tu pasaporte.

No me sumo a la utopía de la migración. Soy un post migrante. Migrar se hace imposible. El mundo se fracciona: los que viven en sociedades protegidas y los que vivimos a la intemperie.

La identidad se reinventa cada segundo.

Los que venimos de países pobres, siempre seremos los otros. Los diferentes.

Es importante que el cielo pueda caminarse. Hipsters, abuelas, cisnes, hot dogs y cerveza.

Uno envejece como el día.

Todo se repite sin decaer. Se reducen las sorpresas.

 

*

 

Sólo sobrevive lo que busca raíces.

 

*

 

Acá me desaparezco en la calle. Escribo sentado en un parque en el Moleskine que me regalaron. No hay ruido, sólo el sonido del agua de la fuente. Luz y silencio. Mañana me vuelvo a Guatemala. El presente de estas horas ya es recuerdo.

No todo lo que amamos debe volver. Es mejor no despedirse.

En compañía el cansancio es mantenerse en guardia.

En la soledad es mantenerse, simplemente mantenerse.

Estar solo en una ciudad desconocida. Estar solo frente a otro idioma.

Una ciudad es significado. No es un lugar.

 

*

 

Terminando estas notas en el aeropuerto de Ámsterdam, rumbo a casa. Vuelvo a Guatemala. Guatemala es un estado mental.

Mi orilla está allá. El mundo es enorme, pero sus fronteras se están cerrando. El siglo XXI será el del encierro.

La identidad y la ideología son nuestras acciones para comprender el mundo. Algunos venimos de naufragios, otros de barcos que comienzan a hundirse. Acá desperté y lo primero que se vino a mi mente es: yo soy el otro.

 

 

© Javier Payeras, 2015. Todos los derechos reservados.

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