Autor: Mario Benedetti 

Título: “Antología poética” - Selección y prólogo de Joan Manuel Serrat 

Editorial: Alfaguara 

275 páginas 

“Las peripecias del tipo medio”

de Valerio Cruciani 

Si existe una razón por la que los devoralibros deberían apreciar los aniversarios, sin duda es la posibilidad de leer o releer a esos autores que hicieron grande un género literario. Esto es lo que me ha ocurrido con esta “Antología poética” de Mario Benedetti: pensaba conocer ya lo suficiente al poeta uruguayo pero no, todavía quedaba mucho por descubrir y recordar, y desde luego todavía habrá numerosos momentos de felicidad en versos que esperan escondidos entre las páginas de algún libro nunca abierto. 

Y cómo no íbamos a sentir esa felicidad siendo este libro ha sido editado por uno de los mejores cantautores de la música española: Joan Manuel Serrat, el poeta que, entre otras, dio voz a una canción inolvidable como “Mediterráneo”.

Mario Benedetti, para quien desee iniciarse a su poesía y abrir un capítulo nuevo en sus propias lecturas profundas, de esas que se llevan adentro como amigos fieles, nació en 1920, lo cual justifica el aniversario, y falleció en su Montevideo en 2009. Es suficiente echar un rápido vistazo a su biografía (que el mismo Serrat nos facilita en el prólogo) para darnos cuenta de que son tres los rasgos que marcaron su vida y, por supuesto, su producción poética. Está el Benedetti hombre común, el empleado que hace un trabajo poco apasionante pero que le permite ser económicamente independiente. La señal evidente del paso por el mundo de los despachos y de los horarios fijos la hallamos en el poema “Dactilógrafo” de 1955, en el que la voz poética del yo soñador y distraído va mezclándose con una insulsa carta de aviso de pago que el Benedetti trabajador está transcribiendo. Los versos se alternan y se articulan entre el presente aburrido y triste y la recreación fantástica de una ciudad, Montevideo, animada por las apariciones y las sensaciones de la infancia vivida entre sus calles. 

Montevideo quince de noviembre

de mil novecientos cincuenta y cinco

Montevideo era verde en mi infancia

absolutamente verde y con tranvías

muy señor nuestro por la presente

yo tuve un libro del que podría leer

veinticinco centímetros por noche [...]

 

Luego está el Benedetti hombre político, el poeta comprometido, el que ya en los años Sesenta se involucra en los movimientos de izquierda que sacuden los corazones y esperanzas de muchos latinoamericanos, y no solo. En sus numerosos poemas políticos nunca nos topamos con un tono austero y pedante, no percibimos la mirada desde lo alto de quien tiene experiencia de las cosas  y de la verdad. Más bien, la poesía política dirige su compromiso a los demás, a los lectores, a los descendientes, a los que vendrán después y tendrán que lidiar con las injusticias y los fracasos. En la sangre de sus versos corre ese compromiso de lucha política que supone una búsqueda incesante, sed de verdad y justicia, igualdad y democracia. 

Extranjero hasta allí

En aquel otro exilio

me sentí

extranjero

hasta que llegó la manifestación

y me vi caminando

con hombres y mujeres

del lugar

y desde los bordes

los milicos locales

me miraron

con la misma inquina

que los de mi ciudad.

El tercer Benedetti (desde luego no el último, sino el que destaca en esta antología) es el hombre exiliado. El que paga el precio de la fuga y la distancia forzada de su propia casa y de su querido Uruguay, del que se aleja entre 1973, cuando sube al poder el presidente Bordaberry, y 1985, el año de la restauración de la democracia. En los poemas escritos en estos años (que son la mayoría, y a los que podríamos añadir los del así llamado desexilio, es decir la época del regreso a la patria) no prevalecen ni la queja, ni la autocompasión. Pese a todo sigue siendo un poeta con mayúscula, sabio, que convierte la escritura en una herramienta de análisis, en una mirada prolongada y afilada. Las poesías de la distancia hablan, sí de lejanía y nostalgia, mas también ofrecen una mirada interesante y multifacética sobre los lugares que lo acogen y en que vive y, sobre todo, retrata con exactitud desgarradora la verdadera condición del exiliado, de quien vive lejos de su casa: la coexistencia a la vez de un sentimiento de extrañeza y de una nueva familiaridad. Este Benedetti intenta construir una nueva casa, una nueva identidad junto a sus compañeros de viaje, sin olvidar nunca de dónde viene, quién es, cuál es su irrenunciable condición humana. 

Así que llega a ser imposible no amar textos como “Cumpleaños en Manhattan” u “Otro cielo”. En el primero al principio nos brinda una mirada amargada y exterior sobre la caótica e hipermoderna Manhattan, donde luego por fin se reúne con su familia, la de los negros, de los hispanos, de los inmigrados que tienen que ver muy poco con las luces del capitalismo rampante de la metrópoli. 

En el segundo, mientras nos habla de cielos, el de su casa y el del lugar extranjero, afirma con sus piruetas metafóricas siempre tan sorprendentes y jamás gratuitas una verdad universal que, si la enunciáramos sin más, pasaría desapercibida: cuando vives en lugares conocidos, tienes lo que necesitas aun sin buscarlo; al extranjero, en cambio, en el exilio, buscas lo que ya no puedes tener. 

No existe esponja para lavar el cielo

pero aunque pudieras enjabonarlo

y luego echarle baldes y baldes de mar

y colgarlo al sol para que se seque

siempre te faltaría un pájaro en silencio [...]

Desde el punto de vista estilístico, leer a Benedetti es gratificante: es uno de esos poetas capaces de combinar brillantemente la sencillez del léxico y la estructura con la complejidad de la imaginación y la introspección. La suya no es una poesía fácil, pero es más potente que esa poesía que pretende ser elitista y acabar artificialmente atrapada en una torre de marfil. Puede enamorar a cualquiera, y a pesar de esto, como todo amor, no se conforma con la primera mirada, sino que te exige volver a esos versos para comprender todas las matices, para estar seguros de que esa aparente sencillez no nos esté ocultando algo más. Y de esta manera llegamos a descubrir toda la belleza de su escritura y de la verdadera poesía, rica en localismos, palabras de la jerga técnica y de la vida cotidiana, bordada alrededor del verso libre. 

No faltan textos de reflexión sobre la escritura, como aquel en el que el mismo Benedetti, en el título, se autodefine “poeta menor”, aunque ya desde las primeras páginas descubrimos que todo es menos que “menor”. Y esto es cierto en la medida en que, como lo hacen los autores “mayores”, consigue abordar también el aforismo y el epigrama,  a través de la ironía, y la autoironía, y de una mirada desencantada, porque su primera preocupación fue la de vivir, y conocer la vida hace que la escritura sea más estratificada. 

Tras acabar este libro en unos días, porque es imposible no devorarlo y perderse dentro de sus páginas, os recomiendo volver a leerlo de nuevo y con más calma. Entregaos a otras lecturas, como su novela más conocida, La tregua, en la que aparece de nuevo la figura del empleado, o la recopilación de los Cuentos  completos

Mario Benedetti entrará de forma permanente en la lista de vuestros autores favoritos, no solo en lengua española. 

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